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Vestido de cóctel en gazar blanco con estampación floral, de 1968, año en que Balenciaga presentó su última colección.
Cien años del inicio de la aventura creativa de Balenciaga

Cien años del inicio de la aventura creativa de Balenciaga

El modisto de Getaria abrió su primer establecimiento en San Sebastián en 1917

ITZIAR ALTUNA

Domingo, 2 de abril 2017, 08:32

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Las primeras hilvanadas las dio de niño junto a su madre, que era costurera, y se familiarizó con el patronaje y la costura desde pequeño. Cristóbal Balenciaga creció rodeado de telas, hilos, patrones y agujas. Getariarra de nacimiento, vivió en San Sebastián desde los doce años -en 1907 estaba inscrito en el padrón municipal-. Poco se sabe de su experiencia y formación previas, aunque es lógico suponer que se formaría en alguna de las importantes casas existentes en la ciudad en aquella época, seguramente Casa Gómez y New England. En 1911 comenzó a trabajar en los almacenes Au Louvre, donde dos años más tarde fue nombrado jefe del taller de confecciones para señora. Con la ayuda de ese trabajo y el apoyo de la marquesa de Casa Torres -que se había convertido en su mecenas tras ver cómo se desenvolvía-, tuvo la oportunidad de conocer París y las grandes casas de moda.

  • 1917.

  • Abre la casa C.Balenciaga en la calle Bergara, 2.

  • 1924.

  • Se instala en el número 2 de la Avenida de la Libertad, con el nombre Cristobal Balenciaga.

  • 1927.

  • Crea una nueva empresa dedicada a la alta modistería tradicional, 'Martina Robes et Manteaux', que luego se denominará EISA Costura, en la calle Oquendo, 10.

  • 1933.

  • Traslada la actividad de EISA a la Avenida de la Libertad, 2. Abre una sucursal en Madrid.

  • 1935.

  • Abre su tercer taller en Barcelona.

  • 1936.

  • Con el estallido de la guerra civil se traslada a París. Cesa la actividad de sus casas de Madrid y Barcelona de forma temporal (el taller de San Sebastián no se cerró).

  • 1937.

  • El 5 de agosto presenta su primera colección de alta costura en París, en el número 10 de la Avenue George V.

  • 1968.

  • Anuncia el cese de su actividad y se cierran al público todas sus casas de París, Madrid, Barcelona y San Sebastián.

En marzo de 1917, 'La voz de Guipúzcoa' publicó un anunció, durante varios días, en el que se citaba textualmente: «Hacen falta buenas cuerpistas y bordadoras y aprendiza de bordadora». Las interesadas debían presentarse en el número dos de la calle Bergara y la referencia era C.Balenciaga. En noviembre de ese año, con 22 años, el modisto getariarra emprendió su primer negocio como 'C.Balenciaga', en la calle Bergara número 2, con la ayuda de su hermana Agustina.

Sería el inicio de una larga y brillante trayectoria que le encumbraría como el maestro de la alta costura a nivel mundial. Un año después de la apertura de su primer establecimiento, dio entrada a nuevos socios, las hermanas Benita y Daniela Lizaso, creando una sociedad limitada con vigencia temporal de seis años, con el nombre 'Balenciaga y Compañía'. Esta asociación se disolvió en 1924, y el modisto estableció su casa de moda bajo el nombre de 'Cristóbal Balenciaga' en el número 2 de la Avenida de la Libertad. Destacaron entre su clientela la Reina María Cristina y la infanta Isabel Alfonsa de Borbón, además de otros miembros de la Familia Real. Por aquel entonces, la corte veraneaba en San Sebastián y la capital guipuzcoana vivía inmersa en el fenómeno turístico que se daba en toda la costa vasca.

La faceta creadora de Balenciaga fue unida a su vertiente emprendedora. En marzo de 1927 creó una nueva empresa dedicada a la alta modistería tradicional con el nombre de 'Martina robes et manteaux', que se ubicó en el número 10 de la calle Oquendo. Respondía a una estrategia de diversificación, destinada a optimizar recursos compartidos y a ampliar la base de clientes en la burguesía local. El establecimiento, que luego pasó a denominarse 'Eisa Costura', coexistió con el salón de alta costura de la Avenida hasta 1933, año en que la actividad se trasladó también al número 2 de la Avenida.

La expansión

Ese mismo año, el taller de Balenciaga emprendería su expansión con la apertura de una sucursal en Madrid, en la calle Caballero de Gracia. Dos años más tarde, en 1935, haría lo propio en Barcelona, en la calle Santa Teresa. Estos dos establecimientos los abrió bajo el nombre de 'Eisa B.E'. El estallido de la guerra civil española le obligó a bajar la persiana de sus establecimientos de Madrid y Barcelona de forma temporal, y se trasladó a París -el taller de San Sebastián no se llegó a cerrar-. En 1937 fundó la sociedad Balenciaga con la ayuda de Nicolás Bizcarrondo y Wladzio D'Attainville. El 5 de agosto de ese mismo año presentó su primera colección de alta costura en el taller ubicado en el número 10 de la Avenida George V. En 1938 su casa de San Sebastián pasó a denominarse Eisa Costura, y al termino de la Guerra Civil los establecimientos de Madrid y Barcelona también llevarían el mismo nombre.

Su talento comenzó entonces a recorrer Europa y se hizo más palpable a partir de 1945. Suya fue una de las mayores aportaciones a la historia de la moda: la introducción de una nueva silueta para la mujer, con las faldas globo, el vestido saco o el baby doll, entre otros. Por su taller pasaron las más grandes figuras de la escena continental, como Marlene Dietrich o Greta Garbo. En 1960 diseñó el vestido de novia de Fabiola de Mora y Aragón -nieta de la marquesa de Casa Torres y futura reina de Bélgica-, y otras ilustres representantes de la aristocracia también vistieron sus creaciones. Entre su clientela también destacaron algunas damas de las grandes fortunas norteamericanas.

En 1968, coincidiendo con la llegada del 'prêt-à-porter', anunció su retirada y el cierre de sus talleres en París, Madrid, Barcelona y San Sebastián. Se estima que en la capital guipuzcoana trabajaban entonces medio centenar de personas. Al año siguiente se liquidaron todas sus sociedades. Balenciaga dejaba la alta costura tras cincuenta años de plena dedicación a su oficio. Unas 2.000 personas trabajaban en aquel momento en las cuatro salas de la firma.

Testigos

Durante el medio siglo que permaneció abierto el taller de San Sebastián, muchas fueron las personas que trabajaron a las órdenes del modisto. Gracias a sus testimonios, podemos imaginar cómo era el día a día en aquella primera planta del edificio número dos de la Avenida, y el «orgullo y honor» que suponía para todos ellos desempeñar su labor en aquella casa.

En una carta publicada en este periódico el 7 de noviembre de 1987, uno de sus discípulos, Tomás Ruiz, relataba como «él, en su sencilla grandeza, se sentaba junto a cualquier aprendiza para enseñarle, para contarle con pulcritud, con maestría, los secretos de un oficio que parecía que él lo había creado». En la misma misiva, su discípulo le definía como «sencillo en sus cosas y de una discreción inaudita. En San Sebastián íbamos él y yo al Palacio Real a probar vestidos a su majestad la reina. Al llegar a los salones interiores, yo me quedaba fuera y sólo él entraba a probar. Jamás me hizo un solo comentario sobre la personalidad de su majestad». Tomás Ruiz también explicaba que «creaba sobre todo con el tejido sobre el maniquí. En esos instantes era maravilloso verlo crear, doblando o frunciendo los tejidos, apuntando con agujas, dando ese 'movimiento' al modelo que le hizo famoso».

Carmen Forcen entró a trabajar en el taller de Balenciaga en San Sebastián con catorce 14 años, en 1941. Su tía, que trabaja allí, le recomendó y entró como 'aprendiz de recado'. Su labor consistía en llevar los trajes ya confeccionados a los domicilios de las clientas. «Yo iba luciendo mi caja, mostrando bien el nombre de Eisa por toda la ciudad», recuerda. Con el paso del tiempo, le 'sentaron', es decir, empezó a quedarse en el taller a coser.

Carmen recuerda que durante aquella época trabajaba mucha gente en el taller, entre cortadoras de modistería y sastrería, probadoras, ofícialas, ayudantas y aprendizas. «Éramos unas ochenta personas. Trabajar allí era bonito y las compañeras eran muy majas».

El espacio se dividía entre la sastrería -donde se realizaban los trajes y las prendas más sencillas-, la modistería -que se dedicaba a la alta costura- y la sombrerería. Las clientas acudían al salón, donde se hacían los desfiles y elegían los trajes. Las trabajadoras accedían por la puerta que daba a los jardines de Santa Catalina, y las invitadas por el acceso principal de la Avenida. Carmen sonríe cuando le viene a la memoria una clienta,: «Era flaca-flaca, pero los trajes le sentaban bien, porque donde había que rellenar se rellenaba, y donde había que quitar, se quitaba».

Admite que veían muy poco a Cristóbal Balenciaga. «Solía venir cuando se presentaban las colecciones. Cuando venía se metía en el salón de modelos». Le define como «un dios en lo suyo». El mundo de la costura siempre le atrajo a Carmen. En 1950 se casó y dejó el taller de Balenciaga, pero siguió cosiendo por su cuenta, en su domicilio del barrio de San Blas. Ahora reconoce que copiaba a escondidas en el baño patrones que luego le sirvieron para diseñar trajes a sus clientas.

De recadistas a oficialas

La historia de Dori de Carlos se parece mucho a la de Carmen. Empezó a los 14 años, en 1951, y allí estuvo hasta que se casó en 1962. En su caso, llegó de la mano de su tía, Encarna Ruiz, que era la encargada del taller. Recuerda aquellos años como una época «muy feliz, éramos jóvenes aunque metíamos muchas horas». Destaca el buen ambiente que tenían entre las compañeras y las meriendas que hacían para celebrar los cumpleaños. «Durante muchos años hemos celebrado el día de Santa Lucía entre un grupo de modistas. De hecho, fue el día que conocí al que luego sería mi marido. Muchas de ellas lo siguen celebrando». La mayoría de las chicas que trabajan en el taller dejaban de hacerlo cuando se casaban. Eran sus compañeras las que solían confeccionar el vestido de novia que lucirían el día de la boda.

Dori recuerda los días que venía «don» Cristóbal Balenciaga al taller como «especiales». «Nos embargaba siempre un punto de emoción y de nerviosismo. Era como si viniera 'el maestro', todas allí solíamos estar casi sin levantar la vista de la aguja y del hilo. El ruido habitual del taller se transformaba en silencio de golpe». Recuerda que el modisto hablaba «bajito y muy suave, pero decían que sabía mandar y dar las órdenes con bastante criterio».

A la hora de hablar del lugar en el que trabajaban, Dori describe el taller como un espacio grande y luminoso, con mesas alargadas, separadas de la zona de probadores y de un salón. «A las modistas más jovencitas nos llamaban 'las txikitas'. Creo que ganábamos entre 45 y 49 pesetas al mes. Todavía recuerdo alguna huelga que hicimos... me llevé una buena reprimenda en casa». Para la familia de Dori de Carlos, Balenciaga fue siempre una referencia «aunque entonces no éramos ni mucho menos conscientes de la envergadura del maestro. Sabíamos que era un modisto que tenía mucho nivel, y que él lo llevaba con una humildad y una discreción admirables».

Maniquíes a medida

Loli Lastra también comparte esta opinión. Llegó al taller en 1964, con 14 años, recomendada por su hermana, que era empleada del taller. «Allí entrabas de la mano de alguien que hablara bien de ti. Empecé haciendo recados. Solía llevar las fotos que llegaban de París con las nuevas colecciones a la calle Hernani, donde un dibujante sacaba los diseños de los trajes. ¡Cuando ahora pienso lo que llevaba entre manos!». Loli recuerda que las aprendizas vestían a las modelos. «Eran guapísimas», dice. Las probadoras y cortadoras eran las únicas que accedían a los salones. «Cada clienta tenía un maniquí hecho a medida sobre el que se trabajaba».

En los ratos en que no tenían recados que repartir iban aprendiendo. «Nos enseñaban a hacer ojales, a coser a máquina, veíamos cómo hacían los forros...». Se acuerda del ambiente silencioso en el que se trabajaba, aunque las mas jóvenes eran «menos respetuosas». Ha olvidado el sueldo que cobraban, pero sí recuerda que estaban inscritas en la Seguridad Social. «Lo que importaba era que aprendíamos un oficio».

Pocas veces vio en persona a Cristóbal Balenciaga. «Venía poco, a veces incluso cuando no había nadie en el taller. Todavía tengo su imagen en mente, con su elegante traje crudo y su chihuahua en el bolsillo». Loli trabajaba en el taller cuando se cerró en 1968. «Era algo que se veía venir», admite, pero «trabajar en la sala de Balenciaga nos dio muchas oportunidades». Su vida laboral continuó vinculada a la moda, pero reconoce que «nunca más ha trabajado con las telas que se manipulaban en el taller de Balenciaga. «Aquello era una maravilla».

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