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Algunos de los protagonistas de 'Las crónicas de Excálibur'.
Camelot, la leyenda interminable

Camelot, la leyenda interminable

Después de infinitas revisiones, el Rey Arturo y sus caballeros cabalgan de nuevo por las tierras de Inglaterra

ÓSCAR GOÑI

Miércoles, 25 de mayo 2016, 21:26

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«Acaeció en los días de Uther Pendragon, cuando era éste rey de toda Inglaterra y como tal reinaba, que había un poderoso duque en Cornualles que sostenía guerra contra él mucho tiempo. Y el duque se llamaba duque de Tintagel». Publicada en 1485, así comenzaba 'La muerte del Rey Arturo' (Siruela, 1985), obra del, a día de hoy, enigmático Sir Thomas Malory (c. 1415-18, 14 de marzo de 1471). Parte original, parte recopilatorio de antiguas leyendas, el texto se consolidará con el paso de los siglos como fuente de inspiración para que pintores, músicos, novelistas, cineastas o artistas del cómic, seducidos por Merlín, los caballeros de la tabla redonda o la Dama del Lago, retomen una y otra vez el mito, readaptándolo o como escenario para obras propias, como sucederá en 'El príncipe valiente' o, sin ir más lejos, en 'El capitán Trueno'.

Con 'Las crónicas de Excálibur', el guionista Jean-Luc Istin (1 de agosto de 1970, Pontivy, Francia) y el dibujante Alain Brion (1 de enero de 1966, París, Francia), comenzaron el desafío de dar una nueva perspectiva a la obra en junio de 2012, publicando el primer álbum 'Pendragon', al que siguió en julio de 2013 'Cernunnos', en mayo del año siguiente 'Luchar' y, por fin, en agosto de 2015, 'Patricio'. En efecto, los dos primeros fueron reunidos en un tomo el año pasado por Yermo Ediciones y, ahora, los dos últimos en una nueva cuidada entrega que no es sino el inicio de una aventura que puede convertirse en algo monumental.

Sangre y barro

'Las crónicas de Excálibur' narran su historia, por supuesto inseparable de la tradición establecida por Malory, pero con variaciones argumentales importantes que el lector descubrirá a medida que se desarrolla el relato. A diferencia de otros grandes continuadores, como fue en su día el premio Nobel John Steinbeck en 'Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros', o incluso en el cómic de ciencia ficción 'Camelot 3000' de Mike W. Barr y Brian Bolland, no se trata de ofrecer unos hechos románticos envueltos en papel de celofán, sino de contar una leyenda con la premisa de que ocurrió, esto es, con la dureza que a buen seguro tuvo aquella época, donde la espada reemplazaba a la razón y la razón nada opinaba en asuntos de poder. Los personajes son duros y se comportan como tales, porque los guiones de Istin se encargan de establecer que aquellos tiempos de espada y magia fueron, ante todo, peligrosos. Todo ello será escrito sin prisas. De hecho, en el segundo tomo, Arturo y Lanzarote jugarán siendo todavía niños; lejanos quedan aún sus días de gloria.

Alain Brion, en el apartado gráfico, redunda en todo lo dicho. Las reglas no cambian en cuanto a la tradición franco belga. El ritmo narrativo es excelente, la preocupación no está en composiciones de página delirantes que interrumpan el desarrollo de la historia, y sí en la excelente caracterización que empapa cada página de 'Las crónicas de Excálibur'. Brion, además, pertenece a la cada vez menos llamativa corriente de autores que trabajan íntegramente con tecnologías hasta hace poco tiempo denostadas por los puristas.

Informática

Cuatro son los programas informáticos que, desde sus inicios, emplea para sus viñetas: Bryce (generador de paisajes), Poser (creación de personajes 3D), Amapi (modelado 3D) y Photoshop, lugar donde efectúa el montaje final de planchas y ajusta la paleta de color dibujando con tableta gráfica. Más allá de las infinitas posibilidades del programa de retoque fotográfico más famoso del mundo, los otros tres no son en modo alguno sofisticados ni acreedores de una tremenda curva de aprendizaje pero, en contraposición a lo que ocurría con los ordenadores y el cómic en sus primeros pasos ('Batman, justicia digital', 1990, del valenciano Pepe Moreno), cuando cada pixel era visible, hoy dichas herramientas son, ni más ni menos, instrumentos como el pincel o la pluma. La cuestión es el uso que se haga de ellas, y Brion es un maestro al respecto. Es cierto que en determinadas texturas o tratamientos es posible distinguir el empleo de las habilidades de alguno de esos programas; no lo es menos que cualquier lector diferencia una acuarela de un óleo.

Las tierras de Inglaterra, verdes y grises al tiempo, y los protagonistas llenos de vida aunque, inevitablemente, Merlín siga acaparando los mejores planos. Su carisma será discutido si, como cabe esperar, a la tabla redonda un día llegue Lanzarote del Lago, el caballero de la armadura blanca o la joven Morgana vaya adentrándose en los oscuros caminos de la nigromancia y la magia negra. No cuesta, en consecuencia, dejarse llevar por la propuesta de Istin y Brion. Aún cuando está por ver el futuro de la serie, 'Excálibur' está llamada a ser una de las grandes sagas del cómic actual. A su favor, unos guiones tremendamente consistentes, con líneas de diálogo jalonadas de inteligencia y, claro, siglos de leyenda retratados por imágenes de gran belleza, a pesar de que la barbarie sea componente ineludible de ellas.

'Las crónicas de Excálibur' es, ante todo, fantasía en estado puro, recogida por Yermo en álbumes de calidad excepcional y que, más allá de sus licencias argumentales, posee el valor de resultar deliciosa.

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