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Isidoro Uribesalgo esculpiendo su obra 'Ángel del silencio', que se encuentra en Donostia.
La escultura 'bartoliniana' de Isidoro Uribesalgo

La escultura 'bartoliniana' de Isidoro Uribesalgo

El artista atxabaltarra viajó a Roma y París para aprender más y realizó numerosas obras que plasman el realismo de sus personajes

JOXEBI RAMOS

Domingo, 7 de mayo 2017, 00:10

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¿El artista nace, o se hace? Es indudable que el talento artístico nace con la persona. El artista necesita una capacidad especial para entender y desarrollar su actividad más allá del mero desempeño de un determinado oficio o profesión. El artista, nace. Porque hay muchas personas que desconocen que son artistas como personalidad, pero en cambio sienten, piensan y ven el mundo de forma diferente a los demás, y eso es lo que les hace artistas. Aunque no se dediquen profesionalmente a ser artistas, tienen una sensibilidad especial para el arte y un talento innato para la creatividad y para las artes.

Pero el artista también se hace. Porque para alcanzar la plenitud en el desarrollo de su capacidad artística, es necesario adquirir unos conocimientos técnicos básicos necesarios para avanzar en el proceso evolutivo de su obra.

Aitor Antxia ha recogido información de diversos lugares sobre la vida y obra de Isidoro Uribesalgo y su trabajo ha quedado reflejado en euskera y castellano en una publicación de 38 páginas, que fue presentada en el Arkupe atxabaltarra.

La familia de Isidoro Uribesalgo acudió a dicho acto y se mostró «agradecida de los datos que se han sacado y de los cuales algunos ni conocíamos, y nos ha gustado el trabajo que ha realizado». Tres de ellos, la sobrina-nieta de Isidoro, Ana Mari y su marido, Joxe, junto a una sobrina de ellos, Aitziber, son los que habitan en la actualidad en el caserío Errota Barri.

Evolución artística

Isidoro Uribesalgo nació con esa capacidad evolutiva del arte. Sin ser consciente de ello lo fue captando con el devenir de sus primeros años de vida. Fue un 4 de abril de 1873, cuando Isidoro llegó al mundo en el caserío Errota Barri.

Su padre, José Andrés era natural de Arrasate-Mondragon y su madre Gabriela del barrio eskoriatzarra de Gellao. Tuvieron tres hijos Isidoro, Antonio y Maria. Junto con ellos vivía un tío, esposo de una hermana de la madre, Julián Zaloña, quien ejercía de molinero en el molino de Errotabarri, a la salida del pueblo en dirección Eskoriatza, cerca del establecimiento de Baños de Ibarra, y del Colegio de Marianistas.

El matrimonio Zaloña Guruceta no tuvo descendencia por lo que el tío se convirtió en un modesto mecenas de Isidoro. Los tres hermanos estudiaron en el colegio de Marianistas de Eskoriatza hasta los dieciséis años. Pero los profesores detectaron las habilidades artísticas de Isidoro y propusieron a la familia que ampliara sus estudios en Vitoria. Fue en la capital alavesa donde Isidoro amplió sus conocimientos de dibujo, arte que ya dominaba, comenzando su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, pasando más tarde al taller de imaginería que tenía en Otxandio el poeta vasco Felipe Arrese Beitia.

Primer viaje a Roma

Su tío Julian se unió a una peregrinación que se realizó a Roma, e invitó a su sobrino Isidoro a que lo acompañara. Fue cuando Isidoro descubrió ese mundo del arte, que se le había quedado pequeño en su tierra. Visitó la capilla sixtina, pudo ver las obras tanto de Miguel Angel, Bernini o Bartolini entre otros. Allí es donde se forjará definitivamente su personalidad artística, realista de influencia 'bartoliniana'. Era aún un adolescente, pero supo que si quería evolucionar en su arte, debía quedarse en Roma, y se lo dijo a su tío, que regresó solo a Aretxabaleta y explicó a la familia la decisión que había tomado Isidoro. Era el año 1894. En ese tiempo estudió en el Regio Instituto de Belli Arti de Roma y en la Academia de San Lucca. Para poder mantenerse trabajó en el hotel en el que había estado hospedado con su tío. Como curiosidad, cuando a Isidoro le tocó entrar en filas, fue ayudado por un marianista, fray Eugenio Gallastegi, para que pudiera entrar a formar parte de la guarda suiza del vaticano.

Su estancia en Roma se extiende durante tres años. Regresa a Aretxabaleta en 1896 y un año después, enterado de que la Diputación de Gipuzkoa concedía unas becas envió una solicitud, y le fue concedida por lo que en 1898 regresa a Roma para seguir intensificando en su ansia por aprender cada día más sobre el arte escultórico. Antes de partir, en 1897 había labrado un busto al natural de Monseñor Benavides y una estatua de cuerpo entero del fundador de los Trinitarios, y colocados en la Biblioteca del Convento. Por otra parte había esculpido dos efigies de los insignes Patronos de la Orden para el Convento en donde vivía de pensión, San Juan de la Mata y San Félix de Valois. En 1899 se trasladó a Napoles y regresa a Aretxabaleta para rematar el trabajo que debía finalizar para la Diputación al haber recibido esa beca-pensión. Se trataba de una de sus obras más elaboradas y que más trabajo le costó realizar, el monumento a Fray Andrés de Urdaneta, en Ordizia que, una vez terminado, fue inaugurado en 1904.

Policromía en París

En 1899, Isidoro decide ir a París con otra beca de la Diputación, para realizar un curso de policromía para escultura. Permanece en la capital francesa dos años y a su regreso a Aretxabaleta, aprovecha para realizar alguna otra obra escultórica, como el 'Cristo Yacente' que se encuentra en la parroquia atxabaltarra.

En 1901 regresa de nuevo a Aretxabaleta y continúa trabajando en su taller. Realiza cuatro esculturas en arcilla en 1902. Dos son de sus padres y las otras dos, de su hermano y su cuñada, que permanecen en el caserío Errota Barri junto a otra efigie, la de su tío Julian, que se puede ver en el exterior del edificio.

En 1904 conoce a Jerónima de Sarasate, con la que se casa y tiene cinco hijos: Juan, Justino, Juliana, Josefa Ignacia y Maria Dolores. Esta última es la única que aún vive, con 95 años, en Donostia.

En 1907 el matrimonio decide trasladar su residencia a Donosti y allí, Isidoro comenzó a realizar más esculturas. Las expresiones de sus esculturas son únicas, plasmando a la perfección a los personajes que quería reflejar en ellas. Las caras de los ángeles sin embargo son 'figurativas', con caras indefinidas, tratando de que no se pusieran rostros reales.

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