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Alcalde. Justo Uribarrena (1914-1963) ocupó la Alcaldía desde desde 1961 hasta 1963.
Un alcalde breve pero inolvidable

Un alcalde breve pero inolvidable

Justo Uribarrena, fallecido en 1963, dejó una honda huella en 15 meses en la Alcaldía

KEPA OLIDEN

Domingo, 25 de enero 2015, 01:15

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Solo 15 meses en la alcaldía y una temprana muerte le granjearon a Justo Uribarrena un lugar de honor en el panteón de regidores de la villa cerrajera. Uribarrena, coetáneo del malogrado presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, desempeñó el cargo durante los mismos años que aquél, entre 1961 y 1963. Ambos fallecieron inesperadamente durante el ejercicio del cargo, y los dos dejaron una imborrable huella en sus respectivos pueblos.

La huella de Justo Uribarrena, sin duda mucho más modesta que la del universal Kennedy, es la que ha desempolvado el escritor e investigador Josemari Vélez de Mendizabal en su blog en euskera 'Hots Begi Danbolinak'. Vélez de Mendizabal reivindica la memoria de uno de los alcaldes más populares que ha conocido la villa.

Justo Uribarrena Arteaga nació en Durango en 1914 en el seno de una familia de convicciones carlistas. La guerra de 1936 le sorprendió en Bilbao, donde estudiaba materias tan dispares como electricidad y confitería, esto último en el famoso establecimiento de Arrese, con cuyos propietarios estaba emparentado.

Tras combatir en las filas del requeté, Uribarrena recalaría en Mondragón en 1943 para trabajar como responsable de los talleres eléctricos de la Unión Cerrajera. El mismo año contrajo matrimonio con la abadiñoarra Castora Urionaguena.

La pareja se instaló en las casas que la Cerrajera había construido en Musakola.

Vélez de Mendizabal apunta que Justo Uribarrena fue designado alcalde -entonces los gobernadores civiles 'elegían' a los regidores- el 26 de septiembre de 1961, en sustitución de Julio Otaduy, aunque durante los últimos seis meses de su mandato fue Andrés Bidaburu quien ocupó la alcaldía.

Bocanada de aire fresco

Vélez de Mendizabal dice que el nombramiento de Uribarrena trajo «otro estilo de gestión y una bocanada de aire fresco» a un Ayuntamiento sacudido por graves tensiones entre los corporativos. Proyectos urbanísticos tan controvertidos como el cubrimiento del río Aramaio, entre otros, habían llegado a desencadenar dimisiones.

El nuevo alcalde, como todos los de aquella época, no cobraba ningún salario por el cargo, y compatibilizaba su empleo en la Cerrajera con su nueva responsabilidad política. Testigos han relatado a Vélez de Mendizabal que Uribarrena sacaba tiempo para recorrer diariamente el municipio al objeto de inspeccionar el estado de las diversas obras de infraestructuras en curso. Y aprovechaba la hora del almuerzo para acudir al Ayuntamiento a despachar los trámites pendientes. Al anochecer se reunía con sus compañeros de corporación. A su cargo estaba un consistorio con un presupuesto anual de 6 millones de pesetas (36.000 euros) y 30 empleados.

Hombre recto y severo con los empleados municipales, cuenta Vélez de Mendizabal que en una ocasión sorprendió al jefe de la Policía Municipal Gonzalo Moro bebiendo en el bar Monte en horas de servicio, y le ordenó salir de allí inmediatamente.

Su cercanía al ciudadano y su estrecho contacto con un amplio abanico de los agentes sociales, le ayudaron a conocer la realidad y las necesidades del municipio. Su estilo de gobierno se plasma en una anécdota sucedida con ocasión de una huelga declarada en la Unión Cerrajera en mayo de 1962. El gobernador civil despachó a un gran contingente de la Guardia Civil a reprimir la protesta. Solo la intermediación del alcalde con el mando de aquella fuerza logró desactivar la bronca que se avecinaba. Y además consiguió que los trabajadores se reincorporaran a sus puestos.

Las ideas políticas de Uribarrena en aquella España monocolor franquista «tenían tonalidades distintas», testimonia Vélez de Mendizabal. En una ocasión rechazó la invitación del gobernador civil para asistir a una recepción a Franco en San Sebastián. Incluso se carteaba con el laico y socialista presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.

Su sensibilidad social y su humanismo eran tan célebres como su rectitud e integridad. Tuvo una relación muy especial con el sanatorio de Santa Águeda, a donde llevaba frecuentemente a sus hijos para que adquirieran conciencia de su privilegiada normalidad. Y acostumbraba a visitar en sus domicilios a los mondragoneses aquejados de largas enfermedades.

Pero al mismo tiempo no tenía ningún reparo en remitir semanalmente a la prensa local la relación de infractores con nombre y apellidos y la sanción impuesta. «XXX, por hacer aguas menores, 25 pesetas; YYY, por blasfemar, 30 pesetas...», eran comunicaciones que por entonces se publicaban en las crónicas locales, rememora Vélez de Mendizabal.

La receta del Hojaldre

Uribarrena se implicó en todos los aspectos de la vida social mondragonesa: montañero en posesión de la acreditación de las 'Cien cimas de Euskal Herria', cazador, cinéfilo, aficionado al juego de pelota, melómano -tenía una gramola con una extensa colección de discos- y perretxikozale. Y por si todo esto fuera poco, también pastelero.

El aprendiz de confitero en casa de sus parientes bilbaínos Arrese sacó buen provecho de los conocimientos adquiridos. Dicen que Uribarrena tuvo algo que ver con la receta de los legendarios hojaldres de Muruamendiaraz. Vélez de Mendizabal señala que Uribarrena solía acudir ocasionalmente a la pastelería Muruamendiaraz y ayudaba a Policarpo y Juanita en el obrador practicando lo aprendido en Bilbao. Obviamente, en casa de los Uribarrena-Urionaguena la repostería corría por cuenta del padre, empezando por los bollos de leche para el desayuno.

Pero una vida tan activa y fructífera se vería abruptamente interrumpida a los 49 años. Una dolencia renal llevaría a la tumba a Justo Uribarrena el 16 de marzo de 1963. Había presidido su último pleno el 29 de diciembre previo.

El mismo día de su fallecimiento un pleno extraordinario manifestaba el «gran pesar y profundo dolor» de la corporación. Lógicamente, la capilla ardiente quedó instalada en el salón de plenos y miles de ciudadanos acudieron a despedir al que fue tan querido alcalde.

Incontables coronas acompañaron al féretro y en la comitiva fúnebre no faltaron representantes de Juventud Deportiva, del club de caza y pesca, del club ciclista, montañeros de Besaide y la Banda Municipal.

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