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Nelson Mandela saluda a François Pineaar tras entregarle la Copa del Mundo de 1995. :: GEDDA/SYGMA
Copa del Mundo de Rugby 1995: ¡Invictus!
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Copa del Mundo de Rugby 1995: ¡Invictus!

El filme toma su título del poema que recitaba Mandela en la cárcel: «Soy el amo de mi destino, el capitán de mi alma». La película de Eastwood sobre el partido entre Suráfrica y los All Blacks se estrena el viernes 29

:: BEGOÑA DEL TESO

Miércoles, 20 de enero 2010, 04:57

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El libro de John Carlin cuenta así el 'drop' que aquel día de junio de 1995 convirtió al equipo surafricano de rugby en campeón de la Copa del Mundo derrotando a los invencibles guerreros neozelandeses. Carlin, londinense, colaborador del 'Observer', 'The New York Times' y 'El País', cede la palabra al apertura Joel Stransky cuya patada a los palos con el balón en juego contribuyó no sólo a aquella victoria increíble sino también a la construcción de un país que renació aquel día, Suráfrica: «Recibí el balón limpiamente y ejecuté un chut perfecto. Mantuvo su trayectoria. Giró como debía, sin desviarse. Y ni siquiera miré para saber si iba a atravesar los palos. Supe en cuanto se alejó de mi bota, que era un golpe demasiado bueno para fallar. Y me sentí exultante».

Y con él toda una nación. Al capitán del XV surafricano, aquel monumental ser humano llamado François Pineaar, un comentarista televisivo le preguntó cómo había sentido el apoyo de los 62.000 compatriotas que llenaban el estadio Ellis Park y él contestó: «No he notado el de 62.000 sino el de 43 millones de surafricanos». Cuando Mandela, vestido con los colores verde y oro que hasta aquel entonces ningún negro había vestido por ser símbolo de los blancos, de los temidos y odiados , le entregó la gran copa le felicitó así: «Gracias por lo que ha hecho por Suráfrica, François». El capitán respondió: «No, señor Presidente, gracias a usted por lo que ha hecho por nuestro país». El estadio retumbó coreando el nombre de Mandela.

Un himno, un manager

Atrás quedaba una fabulosa lucha contra el odio y por la reconciliación que tuvo al rugby como arma y herramienta. Esa lucha es narrada de forma épica y a la vez maravillosamente íntima por la película 'Invictus', estrenada el miércoles 13 en los cines de Bayona, San Juan de Luz y Biarritz. Justo el día en que se confirmó la sustitución de los dos entrenadores del Aviron Bayonnais, Coyola y Mentièrs, por Christian Gajan que dirigirá al equipo de Bayona en su próximo y feroz enfrentamiento con el B.O a disputarse el 28 de febrero. Justo la semana en que el XV del gallo celebraba sus primeros cien años en el Torneo de las Naciones. 'Invictus' llegará a Gipuzkoa el viernes 29, dos días antes de que el Ampo Ordizia se enfrente al C.R La Vila y el Pergamo Bera Bera a la Santboiana. La película, con guión de Anthony Peckham, se vio por primera vez en Suráfrica el 9 de diciembre. Los espectadores lloraron, se emocionaron, y más de uno reconoció «Suráfrica fue hermosísima en aquellos días. Me alegra haber visto 'Invictus'. Me devuelve la confianza en este país». Entre los estremecidos espectadores del filme de Eastwood se encontraba Anne Munnik. Ella fue quien enseñó a los de la selección el himno nacional cantado en la lengua negra, en En ella, la palabra significa . El himno se titula 'Nkosi Sikele lAfrique'. Es decir: 'Dios bendiga África'. Al principio, muchos jugadores blancos se negaron a aprenderlo. Luego fue esa canción la que les daría fuerza para resistir la mítica danza con la que los All Blacks desafían a sus rivales. Anne reivindica emocionada el papel que en esa historia de construcción nacional jugó el manager de los Springboks, Du Plessis: «Tenía una visión magnífica de la importancia de la selección para el futuro de nuestra nación».

Un deporte, un país

El libro de Carlin se titula en inglés 'Playing the Enemy, Mandela and the match that made a nation'. En castellano la portada reza: 'El factor humano, Mandela y el partido que salvó una nación'. Mala adaptación pues una novela de Graham Greene ya se llama así y además, nunca será lo mismo un país que .

Más allá del título, su autor afirma en la página 17 que en esta historia de una Suráfrica recién salida de años y décadas de racismo y opresión unida para llevar en volandas a catorce blancos y un negro a ganar la Copa del Mundo, el detalle de que el equipo fuera de rugby resulta poco importante. «Si hubiera sucedido en China y el elemento dramático consistido en una carrera de búfalos de agua, el relato habría podido ser igualmente ejemplar. Porque era una gran historia y contenía una lección eterna».

Puede que Carlin tenga razón. O acaso no. En verdad, sólo pudo ser el rugby. El fútbol hasta hoy (veremos qué sucede en el Mundial del 2010, el balompié siempre ha sido al sur de África el juego amado por los desheredados negros de la fortuna) ha sido el deporte que todo dictador ha querido usar para su atroz beneficio. Galeano lo recuerda en 'El fútbol a sol y sombra': En 1970 el general Médici se apoderó de la victoria de Brasil. En el Mundial del 78, Videla hizo lo mismo con el triunfo de Argentina. Complació a Franco el gol de Marcelino a Rusia y Pinochet se proclamó presidente del Colo-Colo.

Testimonio de un All Black

No, tuvo que ser el rugby. Ya saben, ese 'juego de villanos jugado por caballeros'. El atletismo no habría valido. Hitler utilizó los Juegos Olímpicos del 36 y sólo un negro veloz, Owens, le batió en las pistas. Recuerden Munich 72. Y las matanzas de México 68. Sin olvidar que China no es más libre después de los Juegos de 2008. No, tuvo que ser y fue el rugby. Ese juego que noqueó mentalmente al propio Eastwood. Epi Taione, 17 veces internacional, recuerda que quien fuera Harry el Sucio no dejaba de admirarse al sentir la dureza de este deporte. Eastwood filmó las melés desde su interior colocando para ello la cámara sobre un lecho de madera y bajo una plataforma de cristal y no dejó de preguntarse por qué nadie llevaba protecciones como en el fútbol americano. Quizás porque el rugby sea algo más grande. Andrew Mehrtens, apertura de aquellos All Blacks del 95, exclama hoy con profunda elegancia: «Vi a Mandela entregar la Copa a los Springboks vestido con esa camiseta verde y oro que siempre había representado al apartheid. Noté que no sentía rencor hacia los blancos. Y supe que, aunque derrotados, los All Blacks habíamos vivido algo realmente inmenso, sublime».

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