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Roca, el jefe del módulo 11 de la cárcel de Albolote
sociedad

Roca, el jefe del módulo 11 de la cárcel de Albolote

Juan Antonio Roca pasa sus días en la cárcel granadina de Albolote enseñando a los presos a leer y escribir. Y además monta fiestas flamencas

JOSÉ ANTONIO GUERRERO

Domingo, 29 de noviembre 2009, 11:56

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Rocío Dúrcal tomó su apellido artístico posando su dedo al azar y con los ojos cerrados sobre un mapa de España. Quiso la mano inocente de aquella niña cantora que el elegido fuera el pueblo granadino de Dúrcal. Cierto es que el destino pudo haber deparado otra cosa y hoy Rocío Dúrcal podría ser conocida como Rocío Marbella, Rocío El Ejido o Rocío Santa Coloma, todos ellos municipios ligados a tramas corruptas. Prácticamente no queda un centímetro de aquel mapa donde poner un dedo sin mancharse con algún pufo. Los casos de corrupción, como si fueran un mal endémico, salpican a 150 localidades españolas y a decenas de alcaldes, concejales y altos cargos. ¿Tan podrida está la piel de toro? Seguramente no, pero 18 alcaldes en ejercicio permanecen detenidos por implicación en delitos urbanísticos y rara es la semana en que un juez no ordena alguna detención por irregularidades urbanísticas, estafas, malversaciones, blanqueo de dinero, fraude fiscal, prevaricación, cobro de comisiones ilegales o tráfico de influencias. Casos como el Gürtel, Malaya, Palma Arena, Palau, Pretoria, Andratx resultan tan pegadizos que han sepultado en el olvido a los Filesa, Ibercorp, Banesto, Gescartera, que marcaron una época.

Como Rocío Dúrcal, la cultura del pelotazo lleva nombres y apellidos; y en esa nómina de caras, el personaje de Juan Antonio Roca es seguramente el que mejor encarna la última era del 'coge el dinero y corre, pero antes recalifica'. Roca está considerado como el cerebro de la trama de corrupción más masiva de España, la desmantelada en Marbella y conocida como 'Operación Malaya', apodo que, por cierto, motivó una queja formal del gobierno de Malasia por cuestiones obvias de imagen. El nombre fue una idea del jefe de la investigación, que vio en la tortura malaya (en la que las gotas de agua caen una a una, sin interrupción, sobre un mismo punto de la cabeza hasta horadarla) la metáfora perfecta del goteo incesante de corruptelas en Marbella.

Entre rejas y entre libros

Facultativo de minas y apodado 'El Pitulo' de su época de aprendiz en el taller murciano de la naviera Bazán, Roca, cartagenero de 56 años, lleva tres y medio encarcelado de forma preventiva en la prisión granadina de Albolote -curiosamente no muy lejos de Dúrcal- por el caso Malaya, dirigido por el juez Miguel Ángel Torres y la Fiscalía Anticorrupción.

Roca, que movía los hilos del desarrollo inmobiliario de la joya de la Costa del Sol, mueve ahora los de la biblioteca de la cárcel, donde se encarga de registrar y catalogar los libros que llegan a este centro penitenciario de 1.600 internos. Durante sus años como asesor urbanístico de Marbella, amasó una fortuna de 120 millones de euros, aunque la Policía cree que no le han encontrado ni la mitad de sus bienes. Entre rejas no tiene un duro en el bolsillo. Sólo dispone de una tarjeta de crédito con la que puede gastar en el economato un máximo de 70 euros a la semana en café, latas de atún, de mejillones, zumos y cosas así.

Roca llegó a poseer una colección de arte valorada en tres millones, una cuadra de caballos de pura sangre (aquellos que luego aparecieron famélicos), lujosas fincas con plazas de toros y helipuertos, pisos en Madrid, barcos, helicópteros, coches de lujo y cuentas corrientes en varios paraísos fiscales. En Albolote su más preciado bien es la amistad con gente que viene del fondo del pozo, un tesoro de incalculable valor en el talego. Hacer amigos se le da tan bien como hacer millones. Semanas atrás montó una fiesta flamenca (el flamenco le apasiona) en el patio de la prisión. Cogió una guitarra y se lanzó a tocar. Unos gitanos se arrancaron por palmas y jaleos y le hicieron un círculo. A Roca no se le ocurrió otra cosa que echar una gorra al suelo y pedir la voluntad. El trullo le ha privado de libertad, pero no de sentido del humor. Es bromista y extrovertido. El pasado mes se cruzó por los pasillos de Albolote con un inspector de Hacienda al que pillaron con las manos en la masa. «El que tiene dinero es éste y no yo», soltó. Aún se escuchan las carcajadas.

No vive mal

Roca, que disfrutó del lujo de las camas con dosel y sábanas de seda, duerme ahora en una litera (él lo hace en la parte de abajo) de una celda de ocho metros cuadrados, provista de inodoro, plato de ducha, mesa y una estantería de ladrillo donde cuelga su ropa. Las últimas semanas ha compartido la celda con un delincuente habitual -un viejo conocido de la Policía, que entre sus múltiples condenas tiene una por violencia doméstica- y un atracador de bancos. Su única posesión es una televisión marca Sanyo y algunas fotos familiares de tiempos felices pegadas en un tablón de corcho. El habitáculo está pulcro y ordenado. Pero el trabajo sucio de la limpieza lo deja para otros. «No le he visto con una escoba en la vida», cuenta un funcionario. Oficialmente él también debe asumir esas tareas de limpieza que abarcan las zonas comunes, como el comedor o el patio, pero siempre hay alguien dispuesto a 'venderse' por café o cigarrillos y 'El Pitulo' se doctoró cum laude en comprar voluntades.

Presunto autor de los delitos de malversación de fondos públicos, cohecho y blanqueo de capitales, la vida en prisión de Roca dista mucho de ser la ideal para un tipo que tuvo el poder absoluto en Marbella. Pero dentro de lo jodida que es la cárcel, 'el jefe' no vive mal. Para entendernos, si la prisión de Albolote fuera el Hotel Ritz, Roca ocuparía la planta de las suites. Pasa sus días y sus noches en un módulo experimental creado hace un año con el explícito nombre de 'Módulo de respeto', el número once de los catorce de la prisión granadina. Allí convive con otro centenar de reclusos que, como él, accedieron tras superar una serie de pruebas psicológicas y suscribir un documento de buena conducta. El 'Módulo de respeto' no es uno más. Los internos son de confianza. Ellos marcan las reglas en una suerte de autogestión. Pueden arrastrar largas penas por asesinatos, violaciones, atracos, pero no son sus crímenes los que determinan su entrada, sino su perfil psicológico o su alejamiento de las drogas. De hecho, Roca compartió 'habitación' durante sus primeros meses con dos tipos con delitos de sangre. Penar en esa especie de 'cárcel light' resulta más llevadero. Roca lo sabe y su comportamiento es «ejemplar», aseguran quienes le vigilan. No quiere abandonar el paraíso. Las normas son más relajadas, las celdas permanecen abiertas todo el día, salvo a la hora de la siesta y por la noche, y su total aislamiento del resto de la prisión lo mantiene alejado de elementos nocivos. «Si tuviera que ir a prisión, elegiría este módulo. Sin duda», se sincera un funcionario.

Diseñador de jardines

El cerebro del caso Malaya es también la cabeza pensante del módulo. Juan Antonio gestiona la biblioteca y ejerce de maestro para el que quiera aprender. Esa parcela, la de la enseñanza, se la ha ganado honestamente, con su esfuerzo. Es metódico, destila paciencia y se siente cómodo enseñando a escribir y leer a los reclusos. Como el goteo malayo, Roca 'tora sus alumnos con lecciones de cifras y letras. Si en su despacho en Marbella no había mala hora para los negocios, tampoco la hay para impartir clases, y él mantiene el aula abierta todo el día, incluso los domingos, porque a misa no va. Todo lo que el alumno más aventajado del pelotazo urbanístico aprendió de números, y sobre todo de porcentajes, lo transmite ahora a sus pupilos; unos días antes de su traslado temporal a la cárcel de Fontcalent, en Alicante (para que pueda asistir a un juicio pendiente en Murcia) andaba enfrascado explicando el sistema métrico decimal. Es curioso, las paredes de la escuela están literalmente forradas de archivadores con sus causas judiciales. Unas cincuenta. Al millonario tiburón marbellí se le ha quedado pequeño el calabozo para almacenar los papeles de un currículum judicial de tomo y lomo. Parte de su tiempo lo dedica a leer y releer esa colosal documentación. También recibe a abogados y familiares. Los amigos, si los conserva, no van a verle. Su hija, (Roca está casado y tiene dos hijos, una chica y un chico) que es abogada, le visita con más frecuencia. Ella, como letrada, puede acudir todos los días, mientras que el resto de la familia tiene unos días fijos para las visitas. Panecillos recién horneados Roca, como todos los demás reclusos, abre el ojo con el timbre de las ocho y media de la mañana y baja a desayunar a eso de las nueve. Café con leche y bollería fresca del día o panecillos recién horneados con mantequilla. Un pequeño lujo: el penal de Albolote cuenta con su propio horno industrial, donde se trabaja toda la noche, de modo que los cruasanes, los bollos suizos y las barras de pan salen esponjosas y calentitas. Muchos reclusos queman el desayuno, y el tiempo, con el deporte. Roca no. Ni se machaca en el gimnasio (no lo ha utilizado nunca), ni se apunta a los partidillos de fútbol. Tampoco participa en los juegos de mesa. Los funcionarios lo califican como un tipo «flojete». Dicen que hasta ha cogido algunos kilos (de peso). Eso sí, Roca devora el periódico y lee libros de "su biblioteca". El último, uno de Pérez Galdós. Su único ejercicio físico consiste en dedicar al menos un par de horas a caminar escuchando la radio. Se calza sus deportivas, el chandal o las bermudas en verano, y recorre, arriba y abajo, un patio y una zona exterior de paseo que él mismo ha diseñado. Pulcro y sin un papel o una colilla en el suelo, el patio reluce más que el sol. Otra señal que marca la diferencia del "Módulo de respeto?. Motivos de la Alhambra y de Sierra Nevada decoran los muros de siete metros del patio, que cuenta, a modo de prolongación, con una coqueta zona de recreo, presidida por una fuente ornamental frente a la que se despliega una vía central ajardinada, con bancos, mesas de barbacoa y algún árbol. El diseño de la calle, los bordillos, la fuente, las pajareras... todo ha salido del cerebro que craneó la madre de todas las tramas urbanísticas del país. Acostumbrado a comer en los restaurantes más exclusivos de Marbella (El Portalón, donde el cubierto rondaba los 150 euros, era uno de sus favoritos), el ex gerente de Urbanismo no hace ascos al rancho diario de Albolote, sobre todo si toca paella y pollo asado. Si el menú le disgusta, tira de tarjeta en el economato pero sin despilfarrar. Roca es más de zumos que de Coca Cola o cerveza sin alcohol. Atrás quedaron los días del Vega Sicilia y el Dom Perignon (llegó a pasar una factura al Ayuntamiento de Marbella de 855.140 euros de vino y champán). Tampoco lleva ya su reloj Patek Philippe Calatrava, seguramente la marca más prestigiosa del mundo, valorado en 90.000 euros, o los lujosos Cartier, Lange & Söhne y Breguet que solía lucir en sus doradas muñecas. Entre rejas sigue llevando reloj, pero «de los normalitos», apuntan. Roca se relaciona con todo el mundo. Con los delincuentes de guante blanco y con los otros. Los gitanos le adoran. «¡Qué grande eres Roca!», le dicen. Él les sigue la corriente. Exactamente igual que antes hacían los políticos y los empresarios de Marbella, sus compañeros de módulo le consideran una persona brillante y él asume ese papel. Ni chorizo, ni mangante ni ladrón. A ojos de los demás, es "el jefe". No importa que no se afeite a diario (suele llevar barba de tres días y sólo cuida su aspecto cuando acude a algún juzgado, de traje y bien aseado), ni que vista vaqueros y camisetas, porque sigue conservando esa pasta especial que lo distingue. También a la sombra, Roca es un buen árbol al que arrimarse. Como en Marbella. Con dinero o sin dinero sigue siendo el rey. Así lo cantaba la buena de Rocío Dúrcal.

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