Borrar
Urgente Pradales, agredido con un espray de pimienta en Barakaldo
ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Pragmatismo y nacionalismo

IÑAKI UNZUETA PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UPV-EHU

Sábado, 4 de abril 2009, 05:16

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Todos los años, hasta su muerte con 93 en 1935, Wendell Holmes brindaba con una copa de vino en el aniversario de la batalla de Antietam, donde recibió una bala en el cuello y, dado por muerto, permaneció detrás de las líneas enemigas hasta que pudo ser rescatado. En Antietam, en un solo día murieron más del doble de americanos que en cualquier otra guerra americana del siglo XIX. Sin embargo, las primeras heridas de guerra de Holmes fueron en Ball's Bluff, tenía tan sólo 20 años y de los 1.700 soldados de la Unión que cruzaron el río Potomac -Holmes entre ellos-, 900 perdieron la vida. Por todo ello, la Guerra Civil americana fue para Holmes una experiencia horrorosa de la que estaba dispuesto a sacar provechosas lecciones. Holmes creía que la certeza conduce a la violencia, y criticaba a los que se presentaban como instrumentos de algún poder superior: «Detesto al hombre que sabe que sabe», decía. Cuando uno sabe que sabe, la persecución puede volverse implacable.

En 1894, John Dewey ocupaba una cátedra de filosofía en la Universidad de Chicago. Una vez concluida la Guerra Civil, Chicago experimentó un crecimiento caótico y desmesurado que la convirtió en un laboratorio vivo para la investigación social. El mismo Max Weber a su paso por la ciudad, en 1904, la comparaba con una persona a la que se le había quitado la piel de modo que era observable el funcionamiento de los intestinos. En ese año de 1894 la American Railway Union capitaneada por Eugene Victor Debs desencadenó una huelga contra la compañía de coches-cama Pullman por los despidos habidos y por el deterioro de las condiciones laborales. 125.000 sindicalistas de la ARU abandonaron el trabajo y el ejército movilizó a miles de soldados y guardias federales para romper la huelga. En las dos semanas que duró el conflicto, 12 personas murieron en los enfrentamientos y propiedades ferroviarias valoradas en millones de dólares fueron destruidas. La huelga fracasó, y Debs y otros dirigentes de la ARU fueron detenidos y acusados de conspiración por perturbar el correo e interferir en el tráfico interestatal. John Dewey quedó profundamente consternado por la virulencia y las trágicas consecuencias que la huelga había desatado.

La Guerra Civil fue una violenta tormenta que barrió las ideas esclavistas del Sur, pero que acabó también con la cultura del Norte. La generación de los padres de Holmes creía gozar de esa suerte de certeza superior por la cual -pensaban- sus valores sobre la vida y el bien podían y debían imponerse a los demás. Sin embargo, esa cultura de la certeza que llevó a la matanza entre americanos fue barrida por la siguiente generación. La huelga de la Pullman se desarrolló en un contexto de capitalismo liberal donde dos fuertes personalidades -Pullman y Debs- chocaron. Sin embargo, a finales del XIX, el modelo de empresa gobernada con mano de hierro por un jerarca capitalista que opera sin controles había sido eliminado, para surgir en su lugar la empresa con consejo de administración y con complejos equilibrios con los sindicatos y el Estado.

Wendel Holmes y John Dewey, junto con William James y Charles S. Peirce, eran miembros del Club de los Metafísicos y crearon la más influyente corriente de pensamiento que haya dado jamás Estados Unidos: el pragmatismo. Estos cuatro pensadores, más que un conjunto de ideas, tenían una sola: una idea sobre las ideas. Creían que las ideas de una generación son reemplazadas por las de la siguiente, de modo que las ideas no se encuentran disponibles 'ahí', sino que son herramientas que la gente crea para enfrentarse al mundo. Las ideas no son creaciones individuales, sino herramientas que la gente en condiciones determinadas crea para enfrentarse a los desafíos de la vida. Son apuestas en un mundo azaroso e incierto que sólo la prueba empírica del éxito puede validar.

La única convicción fuerte de los pragmatistas era que las ideas no deben convertirse nunca en ideologías. Su propuesta era liberar el pensamiento de ideologías oficiales ligadas a la religión o el Estado. Y así es como los primeros pragmatistas -alimentados por un sano escepticismo- reemplazaron las ideas más rígidas de la generación anterior a la guerra. La sociedad americana de finales del XIX era industrial y muy heterogénea, donde los vínculos directos eran sustituidos por relaciones más impersonales. Ante esa nueva realidad, el pragmatismo proponía una concepción pluralista de la cultura en la que había que dejar mayor margen para la diferencia y había que crear más espacios sociales para el error. Como la vida es un experimento hay que tolerar el disenso. La libertad de expresión es un bien social porque necesitamos las ideas de los demás. Consideraban imprescindible estimular la participación democrática, puesto que la democracia no era un medio para un fin, era en sí mismo el fin. El objetivo del experimento es el propio experimento. La meta de la democracia es mantener en marcha la democracia. En suma, el pragmatismo contribuyó a evitar la violencia que ocultan las abstracciones y la tolerancia se convirtió en la virtud oficial de la América moderna. Hoy, empero, Estados Unidos no es un país pragmático en el sentido de no creer en absolutos. La era Bush consolidó una cultura política absolutista de lucha entre el bien y el mal que, ahora, con Obama, es verdad, está empezando a cambiar.

Aunque han transcurrido más de 100 años desde el nacimiento del pragmatismo, los problemas que a Holmes, Dewey y otros preocuparon siguen vigentes y tienen -con distinta intensidad- un alcance casi universal. Así, cabría decir que el País Vasco es práctico, realista, instrumentalista, pero de ningún modo es pragmático en el sentido que hemos analizado, puesto que su historia está especialmente marcada por la creencia en determinados absolutos. Aquí, la parte nacionalista cree en determinadas esencias -pueblo, lengua, raza o nación- que estarían sometidas a una suerte de leyes necesarias de la Historia. Además, aquí la parte nacionalista se cree también provista de una certeza superior, por la cual no ceja en el empeño de imponer sus concepciones sobre el bien y la vida buena al resto de la sociedad.

Los pragmatistas son antiesencialistas y tratan de ver cada cosa como constituida por las relaciones que mantiene con el resto de las cosas. Los pragmatistas están en contra de la profundidad. Desean vivir sin la idea de que existe algo profundo (Dios, el pueblo o la nación) que marca el devenir histórico. No aceptan que la Historia tenga una teleología, un fin determinado. Así, si consideramos la evolución biológica o social, vemos que se trata de procesos de mutación al azar, parcialmente determinados por la adaptación o no a un medio cambiante. En consecuencia, no hay nada llamado Vida cuya finalidad sea la creación de, por ejemplo, los mamíferos, como tampoco hay una Razón o una Historia cuya meta sea la creación del Estado vasco. Sobre la idea de progreso moral, los pragmatistas lo equiparan con coser un enorme tapiz multicolor, que minimice las diferencias. Nos gustaría, dice Rorty, «minimizar la diferencia entre cristianos y musulmanes de una aldea de Bosnia, la diferencia entre blancos y negros de una ciudad de Alabama, la diferencia entre homosexuales y heterosexuales en una congregación católica de Quebec. Unir a esos grupos invocando mil cosas pequeñas en común entre ellos, en lugar de especificar una única cosa grande, su común humanidad».

Whitman inspiró a los pragmatistas y cargó el futuro de esperanza: «Porque nuestro Nuevo Mundo considera menos importante lo que se ha hecho o lo que se es que los resultados que se producirán». La distinción básica es entre pasado y futuro. La preocupación fundamental es cómo hacer del presente un futuro más rico, cómo lograr una mayor diversidad de individuos y eliminar el sufrimiento innecesario. Creo que la fase política que se ha abierto en el País Vasco tiene una clara raíz pragmatista, en el sentido de combatir y erosionar esencias y poner en juego ideas y proyectos que abarquen a más ciudadanos. Lleva el sello pragmatista porque apuesta por crear una sociedad más decente donde las instituciones ya no humillan a los ciudadanos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios