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Los misterios de Lourdes
ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Los misterios de Lourdes

ÁLVARO BERMEJO

Jueves, 11 de septiembre 2008, 05:15

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Un 11 de febrero de 1858 tres niñas de Lourdes caminan por un bosque cubierto por la bruma. Una de ellas, Bernardette Soubirous apenas cuenta catorce años y sufre frecuentes ataques de asma. Al llegar ante unas formaciones rocosas partidas por un arroyo, Bernardette comienza a sentir una crisis asmática y se queda rezagada. Se trata de un lugar extraño al que llaman Massabielle, «la vieja roca». De pronto, llega a ella un viento suave, «un rumor», que la acaricia el rostro. Sin embargo, en los árboles no se mueve ni una hoja. Bernardette cree haber soñado y se dispone a cruzar el arroyo. De nuevo ese rumor misterioso le hace levantar la cabeza. Entonces ve ante ella un cuerpo de luz que define literalmente como «la Cosa». Después, cuando cuente su experiencia, ya habla de una mujer joven a la que llama «la Señorita» y finalmente «la Señora». Es evidente que fuera lo que fuera lo que vio, inicialmente la niña no la consideraba una aparición mariana.

Pocos días más tarde Bernardette pone sus dedos sobre la roca de Massabielle y, según la leyenda, nace una fuente que no ha dejado de manar en siglo y medio. Como el agua, corre la voz de que esa fuente obra curaciones milagrosas, la imagen de «la Señora» se ha oficializado ya como la Inmaculada Concepción, y el lugar se convierte en el mayor santuario mariano de toda Europa. Este fin de semana Benedicto XVI oficiará allá una misa solemne para celebrar el aniversario. Pero curiosamente, tres siglos atrás otro papa llamado Benedicto, Benedicto XIV, llegó a prohibir, bajo pena de excomunión, la divulgación por los laicos de cualquier clase de apariciones. La prohibición permaneció vigente hasta que Pablo VI la suprimió, en vista de casos como los de Lourdes y Fátima.

¿Por qué no sucedió lo mismo con la Virgen de Ezquioga, que llegó a congregar a más de cien mil personas en apenas unos días, en aquel convulso 1931? El País Vasco es una tierra fecunda en presuntas apariciones marianas que, sin embargo, no cuentan con un claro reconocimiento oficial. Por los años de Ezquioga se publicaron titulares de apariciones simultáneas de Ormaiztegi a Zumarraga, y de Bakaikoa a Albiztur. Pero pese a los estigmas palpables y las levitaciones espontáneas, la credulidad de los fieles comenzó a resquebrajarse cuando algunos videntes comenzaron a asegurar que la Virgen se aparecía con el Estatuto de Estella en la mano y hablando en euskera.

Lourdes es otra historia que, por diferentes motivos, da mucho que pensar. La crónica mítica de la ciudad asegura que en tiempos muy antiguos llegó a ella la princesa Lorda, venida de Egipto. La crónica histórica da un paso más: hace unos años, en las excavaciones del castillo, se encontraron restos romanos de una fortificación llamada Lapurdum. y una pequeña imagen de las diosa egipcia Isis que, como es sabido, configura el arquetipo de todas las Vírgenes Negras que comienzan a prodigarse por toda Europa a partir del siglo XI.

Es decir, en Lourdes el elemento mágico-femenino estaba ya muy presente en su cultura ancestral. Y es muy posible que lo que vio Bernardette fuera algo muy parecido a lo que vieron los legionarios romanos de Lapurdum, aunque enseguida las altas instancias del Catolicismo le pusieran otro nombre.

Cada época tiene una religiosidad propia y unos mitos cuya dramatización varía, pero cuyo argumento es concordante. Ahora bien, ¿se aparece realmente la Virgen o se trata de fenómenos de alucinación, primero individual y más tarde colectiva?

Según la Asociación Mariológica Española en el último milenio se han registrado más de 20.000 posibles apariciones de la Virgen. En principio ya resulta inquietante que ninguna de ellas se haya producido dentro de una iglesia. Pero ante este fenómeno también se observan curiosas mutaciones de estilo. En las primeras apariciones registradas, entre los siglos X y XVII, la Virgen siempre se aparecía ante personas adultas, y lo hacía con el Niño en brazos. Sin embargo, a partir del XIX prefiere a los niños y lo hace en su moderna versión de Inmaculada, es decir, como jovencita vestida de blanco con un manto azul celeste y sin el Niño que -no lo olvidemos- es la figura central de la religión cristiana.

¿A qué obedece este cambio? Tal vez a que todas las apariciones modernas «copian» a las de Lourdes y Fátima, que son las que admite la propia Iglesia. Así, las tres niñas de Lourdes se clonan en los tres pastorcillos de Fátima, en las cuatro niñas de la aldea de Garabandal y, por supuesto, también en los dos niños de Ezkioga, los hermanos Bereziartúa, de seis y once años respectivamente.

De la Virgen con el Niño que se aparece a los adultos, hemos pasado a la virgen que se manifiesta ante los mismos niños, siempre en ausencia de adultos. Los niños representan un arquetipo universal de inocencia. Pero, asimismo, sabemos que su mente resulta muy fácil de manipular. Por otra parte, también sabemos que el cerebro segrega endorfinas capaces de producir imágenes mentales alucinatorias. Las personas que experimentan ayunos prolongados y tendencias místicas son muy proclives a estos fenómenos que el psicólogo francés Michel Senlis define como «sensaciones visuales» cuya aparición no depende de la voluntad del sujeto. Su «plasticidad física» es tal que el visionario queda persuadido de que lo que está viendo es real. A partir de ahí, la divulgación del milagro genera el mismo proceso en otras personas, lo que explica el carácter epidémico de algunas apariciones.

En los años que siguieron a la visión de Lourdes, en Francia se vivió una auténtica psicosis de apariciones. Pero sucedió lo mismo en Ucrania tras la tragedia de Chernobil, en 1987, y tres años antes en Medjugorje, en la antigua Yugoslavia.

La ciencia siempre ha sido muy crítica ante estos fenómenos. Pero, a decir verdad, la Iglesia no lo ha sido menos. El abogado del diablo diría que tiene su razón. Para las altas jerarquías debe ser muy difícil de aceptar que un pastorcillo ignorante les dispute el monopolio de lo sobrenatural. Enseguida, cuando esa «Señora» que habla a los niños congrega multitudes, se procede a su catolización. No obstante, diga lo que diga el Papa en Lourdes, el origen de ese manantial cuenta otra historia. Nos habla de una Virgen profana que habla por sí misma a los más humildes, sin necesidad de intermediarios, siempre alejada de la divinidad ordenancista que administra la propia Iglesia.

Mañana, cuando comience el gran espectáculo urbi et orbe, conviene no olvidar que ésta es la médula esencial de lo que sucedió ante la cueva de Massabielle, un día de febrero de 1858.

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