Gipuzkoa salió a flote
Las inundaciones del 26 de agosto de 1983 devastaron el territorio pero no dejaron víctimas mortales y sacaron lo mejor de sus ciudadanos.
UNAI MARAÑA
Lunes, 25 de agosto 2008, 11:23
DV. Desde el 26 de agosto de 1983, ha llovido mucho en Gipuzkoa, pero nunca tanto como entonces. Las inundaciones afectaron a casi todo el territorio, pero afortunadamente sus consecuencias se midieron en miles de millones de pesetas y no en fallecidos, ya que no hubo que lamentar víctimas mortales al contrario que en Vizcaya, el País Vasco francés, Cantabria y Burgos. Protagonistas y testigos de aquella catástrofe narran la impotencia que sintieron ante la crecida y alaban la entrega y la solidaridad de vecinos y extraños en la recuperación posterior.
TOLOSA | Mirentxu Etxeberria
«La gente del pueblo demostró carácter»
Hasta el siglo XIX, Tolosa era una isla. El Oria discurría por donde hoy está la calle Pablo Gorosabel, antes Rondilla, y el 26 de agosto de 1983 recuperó su cauce natural. Mirentxu Etxeberria era la alcalde desde el mes de junio. «De madrugada, llovió muy fuerte. Todos estábamos bastante asustados». Pasadas las seis, le llamó la Policía Municipal porque empezaba a salir agua de los desagües de Belate, lo que advertía de que se aproximaba la inundación.
Decidieron no avisar a la población para protegerla. Los vecinos estaban a salvo en sus casas y habrían corrido peligro si la riada les hubiera sorprendido en las calles, bajos o garajes. Los que entraron a trabajar en el turno de las seis «se libraron por pelos», entre ellos el hijo de Mirentxu, que vio como una ola levantaba su coche y lo empotraba contra la Papelera Tolosana. «Tuvimos mucha suerte porque no se perdieron vidas. Todo lo demás tiene arreglo».
Al principio, «no se podía hacer nada más que ver venir el agua. Contra el fuego puedes intentar hacer algo, pero el agua sólo puedes verla pasar». Mirentxu contempló desde Iurramendi «un espectáculo impresionante, digno de verse, si no fuera tan triste». A la altura del cuartel de la Guardia Civil, se formó una catarata «como la del Niagara», y el campo de fútbol de Berazubi «parecía un lago».
Esa misma mañana, Mirentxu se dio «un paseo» con el agua por la cintura hasta el barrio de Berazubi, que se encontraba aislado. «El concejal Pedro Tolosa me acompañó a regañadientes, dijo que estaba loca». La concluyó cuando les «pescó» la Policía Municipal.
En Tolosa, no hubo pánico, «sino mucha serenidad y colaboración». Las autoridades prohibieron que la gente anduviera suelta, sin atarse, y que se quitasen las tapas de las alcantarillas para que nadie cayese dentro. En las calles estrechas, pusieron cuerdas para quien quisiera intentar salvar algo de su comercio, «aunque por debajo de metro y medio, todo el género estaba perdido». En algunos puntos, el nivel del agua alcanzó los dos metros.
El recuerdo más vivo que guarda Mirentxu es el de «la vitalidad del pueblo para salir del atolladero. Todo el pueblo se volcó. El trabajo fue muy rápido y no se esperó a que los seguros fotografiaran los daños. Nadie se acordaba de que había que cobrar dinero, sólo querían normalizar la situación. A los dos días, ya había comercios abiertos. La gente del pueblo demostró carácter».
La riada de 1953 fue peor para Tolosa. Mirentxu teme que sea cíclico. Le da «mucho miedo el 2013», a pesar de que se ha encauzado el Oria y se ha desviado el Araxes, porque la Confederación Hidrográfica «siempre» le ha dicho que la villa es inundable. La víspera de la entrevista, Mirentxu, ante la intensa lluvia, instó a sus hijos a subir los coches a Iurramendi.
MARTUTENE | Maite Fernández García
«Nuestra vida está condicionada por el río»
Los vecinos de la Colonia Virgen del Pilar, en el barrio donostiarra de Martutene, viven «con un temor latente», siempre vigilando el Urumea. El farmacéutico, Daniel Arnero, cree que la urbanización «nunca se debió haber construido en esta zona, pero aquí estamos». Josetxo Yaben vivió con ocho años la primera gran inundación, la de 1953, que provocó «un éxodo». Su familia no pudo volver hasta un año después.
Desde entonces, cada vez que crecía el río «era un zafarrancho». El 26 de agosto de 1983, al mediodía, el agua subió hasta casi tocar las ventanas de los primeros pisos en apenas unos minutos. Maite Fernández García, actual presidenta de la asociación de vecinos, tenía entonces 17 años. Su familia regentaba el bar Gure Choko y vivían en el tercer piso, en 45 m2 en los que aquel día se juntaron 18 personas. Además, los del primero subieron sus muebles.
Se quedaron incomunicados, sin luz, agua potable ni teléfono. El padre de Maite se acordó de que había dejado el dinero de la peña dentro del bar, bajó a por él y tuvo que bucear para recuperarlo. Durante esas horas de «histeria», en las que a veces les daba por reír, se dedicaban a mirar por las ventanas mientras la impotencia les «destrozaba». El agua turbia portaba a gran velocidad animales muertos y bidones con productos químicos.
Por la tarde, aparecieron las lanchas de la DYA y la Cruz Roja. Cuarenta vecinos se marcharon en ellas con la sensación de no saber lo que se iban a encontrar cuando volvieran. Maite recuerda el regreso a un escenario «dantesco», pero también la solidaridad de todo un barrio. Las tareas de limpieza duraron una semana.
«Después de tantas inundaciones, no se ha hecho absolutamente nada», denuncia Yaben. «Ni siquiera se ha limpiado el río. El cauce estará al 20% de sus posibilidades», sospecha. Tienen miedo «cada vez que llueve más de la cuenta. Nuestra vida está condicionada por el río», apunta Maite. Sin embargo, cuando el Ayuntamiento ofreció canalizarlo con muros de tres metros de altura, lo rechazaron para conservar su vega. Para Maite, «es un río precioso, una maravilla».
LASARTE | Antonio, Eusebio, Juan José y José Mari
«Contra el agua, poco se puede hacer»
El río Oria, a su paso por Lasarte, parece inofensivo. Encauzado entre sendos muros, no se ha desbordado desde que lo dragaron. Parece mentira que la riada rebasara el puente de Zubieta hace 25 años. «¿Tan mayores somos?», se preguntan Antonio Fernández Cepeda, Eusebio Goikouria, Juan José Lizaso y José Mari Elicegi, miembros de la Sociedad Lasartearra, que resultó anegada. La víspera, los socios habían protegido la entrada con una tabla, pero el agua entró por las ventanas que lindan con el techo.
A Antonio se le han quedado grabadas las lágrimas del carpintero Lucio, ya fallecido, cuando las aguas devastaron su negocio, y cómo el pobre hombre intentaba pescar un taladro con caña, pero ni siquiera pudo salvar esa herramienta. «Contra el agua, poco se puede hacer. Contra el fuego, se puede intentar apagar», coincide José Mari con Mirentxu Etxeberria. Él también lloró, de impotencia, cuando la crecida se tragó su coche, que no pudo sacar del garaje en la Avenida del Hipódromo.
Juan José no paró en toda la mañana. A primera hora, colaboró en el rescate de media docena de caballos en la cuadra Urdin Oria. Después volvió al pueblo, donde llevó a niños y mayores sobre la espalda para que pudieran vadear las calles. Una de las más afectadas fue Estación, donde vivía Eusebio y estaba el bar La Bodega. El establecimiento quedó completamente inundado y Eusebio ayudó en lo que pudo.
AZKOITIA | Román Sudupe
«Todos éramos voluntarios»
Román Sudupe fue alcalde de Azkoitia desde 1979 hasta 1987. La madrugada del 26 de agosto, se encontraba de vacaciones en la localidad navarra de Corella. Se enteró de la catástrofe por la radio y llamó inmediatamente al Ayuntamiento. No era su único problema: su hijo deliraba por una fiebre de más de 40º C, por lo que pasaron por el Hospital de Navarra, en Pamplona. Hicieron el viaje con angustia y llegaron a Azkoitia al mediodía.
Se encontró «un desastre total y la villa hecha un barrizal. Había mucho nerviosismo. Pero todo el pueblo se volcó para superar los problemas. Todos éramos voluntarios». Los daños materiales eran «inmensos, terribles, pero afortunadamente en este país hay una capacidad y una voluntad impresionantes para regenerar las cosas y superar los problemas». Tardaron ocho días en volver a la normalidad y en poner en marcha las empresas más afectadas, aunque la recuperación duró varios meses más.