¡Nos vigilan, hermanos!

Era como esa escena del partido de tenis en Extraños en un tren, Todos menos el asesino siguen el ir y venir de la pelota mientras él mantiene la mirada fija en su víctima. Andaban los horrorositos montándoselo de mondo guarro y gritando, Winnie the Pooh askatu! vayan ustedes a saber por qué, dado que no teníamos noticia de que el osito meloso hubiera sido detenido en ningún planeta. Andaban las criaturejas del Principal coreando el nombre de Hideshi Hino, a quien sus admiradores del patio de butacas habían ofrecido un sorbo de sake después de que él declarase su asombro porque estuviéramos allá, ansiosos por ver su descuartizamiento ritual. No nos conoce el maestro. Nos preguntó si éramos así de valientes, crueles y oscuros. Nosotros, sabedores de las leyes de la hospitalidad, no le respondimos que su Flowers of Blood and Flesh, tan bella y mórbida no era sino una anécdota, una muesca más en nuestro historial criminal.

En esas andábamos. Riendo el horrorcete sabrosón del corto Acomodador de zombis, argentino homenaje a Romero. Sólo dos de entre los mortales del Teatro Viejo no sonreían, no temblaban, no gritaban, no se autovitoreaban. Se mantenían erguidos. Inmóviles. Observaban desde las alturas a los habitantes del Principal. Nos vigilaban con prismáticos de visión nocturna. Querían evitar que pirateásemos para el top manta Diary of the Dead. No nos conocen. Nosotros ni hacemos ni usamos copias ochavonas. En eso, somos clasistas. Nos gusta lo bueno.