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A. U.
Domingo, 21 de octubre 2007, 02:45
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Para Ángel Ayesa, el Camino de Santiago es un espejo de la sociedad y, como en las calles de la ciudad, la prisa también se ha adueñado de esta senda. «Cada vez hay más peregrinos que lo hacen por etapas, por fines de semana... Entiendo que no todo el mundo tiene 25 días libres, que es mucho tiempo, pero sólo de esa forma sentirás y vivirás profundamente el Camino. Las cosas del espíritu no hay hacerlas de prisa».
El secretario de la Asociación guipuzcoana, quien prefiere no decir cuántas veces ha caminado a Santiago, explica que la mayor enseñanza del Camino es que te ayuda a comprender «que tu vida es una peregrinación. Estás de paso y tienes esa incertidumbre, esa inseguridad porque no sabes dónde dormirás, lo que te hace ser más receptivo y te vas transformando». Ayesa va más allá: «En la ciudad haces un esfuerzo a cambio de algo; en el Camino no hay recompensa aparente, pero acabas estando en estado de gracia. Y si físcamente vas bien, al final 'flotas'».
La llegada a Santiago, sin embargo, puede resultar no tan emocionante como muchos peregrinos esperan. «A mí incluso me ha llegado desilusionar. Yo pensaba que al peregrino se le respetaba, se le reconocía el esfuerzo, pero... En misa hay que llamar la atención a la gente. Se ha masificado», cuenta Paco, quien recuerda su primera llegada, cuando el párroco les saludó personalmente. «Ahora hay una mesa grande que parece una oficina». Esta no es la única queja de Paco, quien considera que algunos miembros del estamento eclesial «deberían ayudar más» a los peregrinos.
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