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Yaacov Zylberstein, junto a su tronco, en el jardín de Yad Vashem. [MICHEL FATTAL / EFE]
El tronco de la vida
CONTRAPORTADA

El tronco de la vida

Un superviviente de Auschwitz entrega al Museo Yad Vashem de Jerusalén el árbol en el que se escondió tras su fuga del campo de exterminio

ELÍAS ZALDÍVAR

Martes, 16 de octubre 2007, 03:13

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Un sobreviviente del campo nazi de Auschwitz de 83 años ha cumplido esta semana su sueño: donar al Museo del Holocausto, o Yad Vashem, el tronco muerto que para él fue el árbol de la vida durante la Segunda Guerra Mundial. Y lo ha logrado tras buscar durante seis décadas ese viejo trozo de madera -en el que se escondía de los soldados alemanes que le perseguían-, hasta encontrarlo para entregarlo a la institución que ha sido galardonada este año con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

La historia se remonta a la juventud del protagonista, Yaacov Zylberstein, cuando fue deportado con su familia a Auschwitz, en cuyas cámaras de gas murieron sus padres y cinco hermanas pero donde él sobrevivió hasta que en 1945 huyó junto a otros tres reclusos poco antes de la rendición de Alemania a las fuerzas aliadas.

La huida la emprendieron el 18 de enero de ese año, «después de andar dos días y dos noches, al llevarnos (los carceleros) a un tren de vagones para el transporte de madera y materiales de construcción», recordó Zylberstein. Los cuatro se refugiaron en la casa de Yana Sodova, una mujer que residía con una hija de tres años y una asistenta en la aldea polaca de Schunichl. Tras seis semanas, los tres compañeros de huida de Zylberstein intentaron sumarse a la resistencia pero fueron capturados y fusilados; él, entretanto, optó por quedarse en la casa.

Fue entonces cuando un conejo le dio la idea que le salvó la vida; vio cómo el animal se escondía en un tronco cercano a la casa y se le ocurrió hacer lo mismo para ocultarse durante las inspecciones de los soldados que merodeaban en la zona.

Con un cuchillo de cocina horadó la corteza del añoso árbol para poder introducirse. «Quise meter mi cabeza pero la abertura del tronco era pequeña. Entonces pedí un cuchillo de cocina y con él la fui agrandando lentamente hasta conseguirlo», relata.

Desde entonces, recurría a esa estratagema cada vez que se aproximaban los militares nazis que le perseguían. «La verdad... tenía mucho miedo dentro del tronco; me asaltaba el temor de que los soldados me descubriesen y lo incendiaran conmigo adentro, o que lo cortaran con una sierra», agrega.

Una vez concluida la guerra, Zylberstein se estableció en la ciudad alemana de Stuttgart con una tienda de joyas y relojes, allí formó una familia, y en 1958 emigró a Israel. Pero regresó al área donde se había refugiado hasta en quince ocasiones para intentar localizar el tronco.

No recordaba el nombre de la aldea y tampoco el de la señora Sodova, ya fallecida, aunque por su hija supo que la casa había sido vendida y que el nuevo propietario había construido otra nueva. También averiguó que el actual dueño había conservado el tronco e iba a emplearlo para hacer una mesa en el jardín; entró en contacto con él, y ofreció comprárselo «por lo que usted desee». «Cuando le explique el significado que tenía para mí, el hombre, sin dudarlo un instante, me dijo: puede llevárselo, es suyo». «Cómo no emocionarme, estoy preso de una confusión de sentimientos... gracias a este tronco, estoy aquí hoy», declaró el anciano.

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