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Gerardo dedica al fallecido Antonio Puerta el gol marcado de penalti que supuso la victoria realista en Ipurua contra el Eibar. [JOSE MARI LÓPEZ]
Triunfo y fútbol de verdad
DERBI EN IPURUA LA CRONICA

Triunfo y fútbol de verdad

Un gol de penalti sirvió a la Real para lograr la victoria en Ipurua, en un partido serio y bien jugado

IÑAKI IZQUIERDO

Domingo, 2 de septiembre 2007, 19:49

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La Real jugó a fútbol de verdad y ganó. Ésa es la gran conclusión del partido de ayer en Ipurua, que gustó mucho a los buenos aficionados, por cómo se metió la pierna, por cómo se pelearon los balones y por cómo los dos equipos le pusieron las cosas muy difíciles al contrario. El choque de decidió como se suelen resolver este tipo de duelos, por una jugada puntual, una diferencia mínima. Esta vez, un penalti que favoreció a la Real mientras Ipurua acusaba a Pino Zamorano de haberle hurtado hasta cuatro.

El cambio que ha experimentado la Real en seis días ha sido como de la noche al día. Del grupo desorientado, flojo y blando de hace una semana, al equipo serio y de verdad de ayer. Sin ninguna floritura, como correspondía. Y ése fue el mérito realista, comprender el partido que se requería y, a continuación, ser capaz de hacerlo.

Dicen que se aprende más de las derrotas que de las victorias y, al parecer, las derrotas clamorosas enseñan muchísimo. El Castellón le hizo mucho daño a la Real. Durante la semana, los jugadores han estado rumiando su fracaso y se han rebelado de forma admirable ante él. Ayer, el primer balón dividido en Ipurua dejó las cosas claras. El jugador del Eibar metió la pierna hasta el fondo. Nada novedoso, así es el Eibar. El jugador de la Real, da igual quien fuera porque todos estuvieron a la altura, metió la pierna igual o más que su adversario y marcó las reglas de juego.

A partir de ahí, los dos equipos se enfrascaron en un duelo de los que dejan un sabor a fútbol auténtico en todos los que lo ven. El Eibar quiso jugar en campo de la Real y lo hizo durante muchos minutos, pero el equipo de Coleman no hizo ascos a esta propuesta, se remangó, se juntó y bajó a la arena a imponer su camiseta. Pudo marcar el Eibar y lo habría hecho si Asier Riesgo -que conoce bien las medidas de las porterías de Ipurua, que defendió durante dos temporadas- no hubiera metido una mano de lujo. Pudo marcar la Real, con un destello de calidad de Aranburu, que dejó solo ante Cuéllar a Delibasic, que estrelló el balón en el cuerpo del portero.

Se creó ambiente de buen partido. Sin filigranas, sin florituras, sin mentiras. Nada de lo que sucedió fue inútil. Todo fue verdad, cada balón dividido, cada cruce abajo, cada choque arriba, cada balón largo, cada pugna tenía sentido: tarbajar el partido y buscar el resquicio donde se escondía el gol, porque estaba claro que sólo por un resquicio mínimo se encontraría la red de la portería contraria.

En ello tuvo mérito Coleman. De Mandiola se esperaba un planteamiento seguro, tras la temporada pasada, tras Ferrol. No decepcionó. De Coleman se quería comprobar cómo había asimilado la lección de su bautizo ante el Castellón. El galés ofreció la mejor respuesta posible: hizo salir a jugar a un equipo.

Si jugó bonito o feo, mal o bien, lo estudiarán los entendidos. Que jugó como un equipo no deja lugar a dudas. Con Garitano donde está más cómodo, cuatro pasos por delante de los centrales, Estrada y Vaughan trabajadores en banda, Stevanovic colaborador en el centro y Delibasic peleando arriba, la Real se movió junta, presionó a tiempo y corrió lo justo, aunque durante mucho tiempo no tuvo el balón y no tenerlo suele ser el mejor ingrediente para que un equipo termine corriendo «como pollos sin cabeza», que diría el otro galés, de visita esta semana en Gipuzkoa y compartiendo mantel con Coleman.

Otra cosa buena fue que la Real se puso por delante, ganando, y no lo extrañó, aunque no lograba una victoria desde finales de mayo y, ciertamente, no estaba acostumbrada. Pero mantuvo el tipo con solvencia. No le pesó ir ganando. La defensa estuvo seria y Castillo, brillante. Jugó un partidazo y echó un par de broncas a Vaughan que el pobre galés no sabía ni qué decir. Se quedó en la grada ante el Castellón y ayer salió como quien sabe que se la juega a una carta y respondió, lo que da más valor a su actuación.

Igual que la actuación del Eibar dio valor al triunfo de la Real. No lo puso fácil el equipo armero, que imprimió la máxima intensidad por arriba, por abajo y por todos los lados. Obligó a la Real a jugar un partido de verdad y eso da brillo a un triunfo que el equipo, el club y los aficionados blanquiazules necesitaban como el comer.

Además, el Eibar dio una lección práctica a la Real de lo que es la Segunda división. De lo que le espera. Por eso también fue muy bueno el partido, porque la Real aprendió de la derrota del Castellón, se presentó en Eibar dispuesta a medir su capacidad de aprendizaje en unos parámetros totalmente diferentes y estuvo a la altura.

Probablemente la Segunda sea esto. Equivocarse poco, dudar lo justo, meter el pie siempre, ir fuerte en vez de flojo y hacer valer el peso de una camiseta. Ayer, el Eibar pidió cuatro penaltis y alguno pudo serlo, pero el equipo grande fue la Real y esa ventaja sicológica sólo se mantiene ganando. Si la Real sigue ganando, le van a respetar y eso también vale puntos. Si pierde, adiós respeto.

Luchar, pelear, correr... y acertar. La Real no va a generar cincuenta ocasiones por partido y necesita acertar en las que tenga. Ayer tuvo dos. El penalti y un mano a mano de Delibasic que no acertó. Afinar el porcentaje ofensivo será decisivo en la suerte de la Real, pero si juega cuarenta partidos como el de ayer habrá menos problemas.

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