En busca de la felicidad profunda
Un grupo de 30 personas asiste en Donostia a los cursos de autorrealización según la enseñanza de Antonio Blay, para aprender a vivir «de forma más intensa»
CRISTINA TURRAU cturrau@diariovasco.com
Lunes, 6 de agosto 2007, 10:42
SAN SEBASTIÁN. DV. Primera semana de julio. Hotel NH Aránzazu. Seis y media de la tarde. Un grupo de unas 30 personas se reúne para poner en práctica lo que Antonio Blay Fontcuberta (Barcelona, 1924-1985), autor de una amplia obra enclavada en lo que hoy se conoce como psicología transpersonal, relató en sus libros. Se trata de una disciplina que parte del individuo y de su problemática personal y busca más allá de sus aspectos psicológicos y lo mentales. El curso lo imparten Ricardo Vidal y Antonio Jorge Larruy, impulsores del centro Espacio Interior, en Barcelona. Hace más de 30 años conocieron a Antonio Blay. Y desde entonces, fallecida la persona que tanto les inspiró, se han dedicado, profesional y personalmente, a poner en práctica su legado.
¿Qué pretende quien acude a estos cursos? «Cada uno busca algo diferente, aunque en el fondo todos buscamos lo mismo», explica Ricardo Vidal. «Queremos sentirnos bien, encontrar una felicidad más profunda, una libertad, un ser uno mismo de manera permanente, sin vivir con tanta oscilación. El cambio en la vida es inevitable, pero todos intuimos que hay una realidad distinta de lo que está ocurriendo y, en el fondo, todos la buscamos. Se trata de clarificarse, de tomar mayor conciencia de uno mismo. Buscamos una plenitud».
A juicio de Antonio Jorge Larruy, «este trabajo supone todo un cambio de mentalidad». «Se ha forjado en nosotros un modo de pensar conforme a unas ideas dominantes, que impide que nos ajustemos a la realidad de la vida. Y se produce un desajuste entre la comprensión que tenemos de la vida y la propia vida. Ello produce un sufrimiento. La armonización entre mente y vida nos aporta una mayor satisfacción. Nuestra división se produce por lo que no distingue de otros seres vivos, nuestra capacidad mental».
Durante el curso se dan pasos prácticos para lograr un trabajo de integración. «Estamos separados de nosotros mismos, porque tenemos una idea de cómo queremos que sean las cosas», asegura Vidal. «En el momento en que aceptamos la vida cotidiana como se presenta, nos vamos armonizando con el exterior y con el interior. Es una vía de aceptación clásica en las tradiciones religiosas y en las de trabajo interior».
Aceptar y actuar
Se trata de aceptar lo que ocurre fuera y lo que vivimos dentro. «Después de aceptarlo hay que actuar. Si no lo hacemos, estamos reaccionando. Sólo cuando nos situamos en un estado de neutralidad frente a lo que pasa es cuando podemos hacer las cosas como pensamos que hay que hacerlas».
Si la existencia es cambio constante, buscamos lo permanente. «Esto que presentimos es lo que hay que trabajar y desarrollar, para que cada vez sea más real y experimental. En la medida en que uno va viviendo con más realidad y verismo esta noción profunda, los cambios que ocurren en el mundo exterior son menos trascendentes, menos importantes, no me afectan porque yo vivo una realidad permanente».
¿Hay en San Sebastián un interés especial por estas cuestiones? «Los vascos demuestran una seriedad, un compromiso e interés en las cuestiones que abordan», asegura Vidal. Autor de más de 30 libros que recogen su pensamiento, Antonio Blay vivió largas temporadas durante varios años en Donostia. ¿Heredan estos cursos aquella semilla? «Pienso que si hoy viviera, Antonio Blay obtendría un éxito rotundo, algo que no alcanzó hasta el final de su vida. Fue un pionero. De sus temas había que hablar entonces casi a escondidas. Sonaba a sectario. El propio Blay tuvo en Barcelona una acogida bastante floja o relativa. Se dedicó completamente a su investigación y vivió muchas dificultades económicas para salir adelante».
¿Se ha reconocido el trabajo de este autor? «Yo lo considero un completo desconocido, salvo en círculos cerrados. Para mí, es el mejor autor en el ámbito de la psicología transpersonal. Hay pensadores como Abraham Maslow o Ken Wilber, con una gran aceptación. Pero en mi opinión Blay está por encima de ellos».
Sin artificio
Un rasgo de su obra es la claridad. «Su gran aportación es que todo lo que explica ha sido experimentado. Muchos autores basan buena parte de su obra en la intelectualidad, aunque siempre hay algo basado en vivencias. Blay transmite lo aprendido de forma clara para que todos lo experimentemos». Su estilo, sin artificio, le ha podido restar predicamento. «No tiene ningún rasgo de intelectualidad o sofisticación. Habla con palabras de la calle. Cuando le lees es como si estuvieras frente a un amigo que te dice: '¿por qué no te sientas mejor?' o '¿por qué no atiendes a tu respiración?'cuestiones prosaicas».
Antonio Jorge Larruy considera que la demanda por cursos como los que ellos imparten se debe a un deseo «de vivir con una mayor plenitud». Muchas veces se manifiesta como insatisfacción. «Las personas sienten que tienen un potencial mayor y eso les empuja a realizar un trabajo dentro de sí mismos».
El camino que practicó Blay es factible para todos. «Al principio del trabajo uno mira mucho a las personas que te ofrecen la información y a los resultados. Pero aprendes a vivir la importancia del momento presente. Ganas libertad y autenticidad y te sientes más suelto y más capaz. Y para todos este trabajo resulta una ayuda. Hay quien vive vive con grandes ataduras, con dependencia en las relaciones o en cuestiones económicas o profesionales. Cada uno avanza a su ritmo».
Eusebi Zubillaga fue alumna de Blay en San Sebastián y organiza los actuales cursos. «Conocerle fue un verdadero regalo para mí», explica. «Me dí cuenta de que ofrecía aquello que buscaba. Se reunían varios grupos y a veces el mío empezaba la sesión a las diez de la noche. Yo venía desde Ordizia y me volvía a casa a las dos de la madrugada. Era tal mi interés, que no me importaba». De eso hace 30 años. Eusebi Zubillaga tiene ahora 70. ¿Dónde estaba la fuerza del mensaje de Blay? «Impartía experiencia viva y lo que decía llegaba de forma directa. Era una persona honrada y exquisita, con una visión profunda. Cuando hacías una pregunta él siempre iba un paso más allá. Tener contacto con él era la felicidad completa».